La masturbación (mal llamada onanismo) es de los temas más generalizados en relación a la problemática sexual. En los últimos años, la literatura cristiana evangélica de consejería ha comenzado a ocuparse del tema, tratando de romper las barreras en el diálogo.
La vergüenza y la culpa han impedido que los masturbadores se abran a la charla pastoral, lo que ha hecho necesario redoblar los esfuerzos para poder ayudarlos.
Es curioso, sin embargo, cómo los tratamientos actuales al problema hayan abundado, en busca de allanar el camino, en conceptos imprecisos y permisiones tácitas sobre la práctica de la masturbación. Solo se apuntan como nocivos los excesos o complicaciones, diciéndose muy poco referente a una práctica moderada.
Esta omisión, que demuestra una loable intención comprensiva, al final de cuentas termina legitimando todo, ya que la vaguedad deja en el practicante la regulación de la normalidad. Daría la impresión de que por hacer fácil el diálogo se ha minado la teología. Es como decir: «Lo importante es que vea que lo comprendo. Después se dará cuenta más adelante». Existe un acuerdo generalizado en la concepción de los excesos, pero debemos reconocer que la práctica moderada, si no queremos tildarla de «pecado» es, al menos, una gran debilidad, y eso también debe ser pastoreado.
EN EL SOLTERO: La complicación mayor que la masturbación trae al área espiritual de la persona, aparte de crear y fortalecer semejante hábito, es que es imposible masturbarse sin «fantasías» (imaginar mentalmente). Al final de cuentas, esto no es otra cosa que la fornicación o el adulterio mental del que habla el Señor Jesucristo en Mateo 5.28. ¿Puede una persona masturbarse sin codiciar mentalmente a otra? Este es el punto más débil que puede encontrarse (o directamente faltar) en la mayoría de los escritos contemporáneos sobre el tema.
Lo más probable es que la otra persona no se entere de dicha fornicación; sin embargo, daña espiritualmente el corazón de quien lo practica (Pr 6.32, con Mt 5.28). En segundo lugar (y si lo primero no fuera suficiente), si una práctica moderada de la masturbación en alguna etapa de la vida no fuera problemática —como varios dejan trascender— ¿se puede hacer en la presencia de Dios? Si esta es una actividad no pecaminosa como otras, ¿es posible que una persona se masturbe en comunión con el Señor, así como es posible trabajar, caminar o contemplar y estar orando al mismo tiempo? ¿Forma parte de las posibilidades de «entregar vuestros miembros como instrumentos de justicia» (Ro 6.13). La comprensión y la cautela deben ser parte inherente de la obra pastoral, pero la excelencia de la vida espiritual no debe ceder el precioso terreno de la santidad. Seremos amorosos en la ayuda, pero veraces en la enseñanza.
EN EL CASADO: La persona casada se encuentra ante situaciones en que el deseo sexual no puede ser satisfecho mediante el coito (embarazos, menstruaciones, ciertas enfermedades o situaciones particulares). ¿Qué hace el hombre o la mujer en este caso? Una salida es la masturbación. Debemos reconocer que la masturbación es la más rápida y fácil de las salidas.
En pocos minutos la tensión decrece, pero ¿qué ha pasado? Esa persona se ha ejercitado en algo que, más que darle una solución, la aleja de su cónyuge. La «solución solitaria» fortalece el hábito de que los problemas matrimoniales (este es uno) no se resuelvan en pareja.
Si existen situaciones que impiden el coito y la espera se hace insostenible, mejor que la masturbación solitaria es hablar francamente en pareja y, «antes que andarse quemando», desarrollar el estímulo mutuo en lo que sería una «masturbación en pareja». La tradición católica ha influido de tal forma que torna como «sucio» todo lo relacionado a la búsqueda del placer sexual en sí mismo, aun dentro del matrimonio. En esa corriente teológica solo se acepta como válida la práctica que busca la procreación.
Pero por la Palabra de Dios hemos entendido que no es tan limitada la forma en que Dios concibió la actividad sexual de sus hijos. Si el matrimonio logra enfrentar en conjunto los problemas de este tipo, estarán solucionando juntos algo muy difícil, ayudando al cónyuge a no escapar hacia lo «prohibido y secreto». Muchos cónyuges se preguntan cómo hará su pareja con los deseos en estos tiempos de «veda». Otros se dan cuenta de que el otro se masturba y, por no avergonzarlo, no lo descubren, no buscan el diálogo. Esto favorece el doloroso aislamiento dentro del matrimonio y facilita el menosprecio de uno hacia el otro.
LA AYUDA PASTORAL PARA AVANZAR: El esfuerzo por entender al que se masturba y hacerle saber que deseamos comprenderlo son avances en la pastoral cristiana evangélica. Condenar no soluciona nada, pero el minimizar nos impide enfrentar el problema desde la raíz. Tal vez debamos hablar con más frecuencia acerca del tema, sin esperar a que nos lo pidan; su vergüenza se los impedirá siempre. Pero la masturbación es una práctica generalizada entre mucha gente, y el ayudarlos a librarse de ella será un gran aporte hacia la madurez espiritual de nuestras congregaciones.
La vergüenza y la culpa han impedido que los masturbadores se abran a la charla pastoral, lo que ha hecho necesario redoblar los esfuerzos para poder ayudarlos.
Es curioso, sin embargo, cómo los tratamientos actuales al problema hayan abundado, en busca de allanar el camino, en conceptos imprecisos y permisiones tácitas sobre la práctica de la masturbación. Solo se apuntan como nocivos los excesos o complicaciones, diciéndose muy poco referente a una práctica moderada.
Esta omisión, que demuestra una loable intención comprensiva, al final de cuentas termina legitimando todo, ya que la vaguedad deja en el practicante la regulación de la normalidad. Daría la impresión de que por hacer fácil el diálogo se ha minado la teología. Es como decir: «Lo importante es que vea que lo comprendo. Después se dará cuenta más adelante». Existe un acuerdo generalizado en la concepción de los excesos, pero debemos reconocer que la práctica moderada, si no queremos tildarla de «pecado» es, al menos, una gran debilidad, y eso también debe ser pastoreado.
EN EL SOLTERO: La complicación mayor que la masturbación trae al área espiritual de la persona, aparte de crear y fortalecer semejante hábito, es que es imposible masturbarse sin «fantasías» (imaginar mentalmente). Al final de cuentas, esto no es otra cosa que la fornicación o el adulterio mental del que habla el Señor Jesucristo en Mateo 5.28. ¿Puede una persona masturbarse sin codiciar mentalmente a otra? Este es el punto más débil que puede encontrarse (o directamente faltar) en la mayoría de los escritos contemporáneos sobre el tema.
Lo más probable es que la otra persona no se entere de dicha fornicación; sin embargo, daña espiritualmente el corazón de quien lo practica (Pr 6.32, con Mt 5.28). En segundo lugar (y si lo primero no fuera suficiente), si una práctica moderada de la masturbación en alguna etapa de la vida no fuera problemática —como varios dejan trascender— ¿se puede hacer en la presencia de Dios? Si esta es una actividad no pecaminosa como otras, ¿es posible que una persona se masturbe en comunión con el Señor, así como es posible trabajar, caminar o contemplar y estar orando al mismo tiempo? ¿Forma parte de las posibilidades de «entregar vuestros miembros como instrumentos de justicia» (Ro 6.13). La comprensión y la cautela deben ser parte inherente de la obra pastoral, pero la excelencia de la vida espiritual no debe ceder el precioso terreno de la santidad. Seremos amorosos en la ayuda, pero veraces en la enseñanza.
EN EL CASADO: La persona casada se encuentra ante situaciones en que el deseo sexual no puede ser satisfecho mediante el coito (embarazos, menstruaciones, ciertas enfermedades o situaciones particulares). ¿Qué hace el hombre o la mujer en este caso? Una salida es la masturbación. Debemos reconocer que la masturbación es la más rápida y fácil de las salidas.
En pocos minutos la tensión decrece, pero ¿qué ha pasado? Esa persona se ha ejercitado en algo que, más que darle una solución, la aleja de su cónyuge. La «solución solitaria» fortalece el hábito de que los problemas matrimoniales (este es uno) no se resuelvan en pareja.
Si existen situaciones que impiden el coito y la espera se hace insostenible, mejor que la masturbación solitaria es hablar francamente en pareja y, «antes que andarse quemando», desarrollar el estímulo mutuo en lo que sería una «masturbación en pareja». La tradición católica ha influido de tal forma que torna como «sucio» todo lo relacionado a la búsqueda del placer sexual en sí mismo, aun dentro del matrimonio. En esa corriente teológica solo se acepta como válida la práctica que busca la procreación.
Pero por la Palabra de Dios hemos entendido que no es tan limitada la forma en que Dios concibió la actividad sexual de sus hijos. Si el matrimonio logra enfrentar en conjunto los problemas de este tipo, estarán solucionando juntos algo muy difícil, ayudando al cónyuge a no escapar hacia lo «prohibido y secreto». Muchos cónyuges se preguntan cómo hará su pareja con los deseos en estos tiempos de «veda». Otros se dan cuenta de que el otro se masturba y, por no avergonzarlo, no lo descubren, no buscan el diálogo. Esto favorece el doloroso aislamiento dentro del matrimonio y facilita el menosprecio de uno hacia el otro.
LA AYUDA PASTORAL PARA AVANZAR: El esfuerzo por entender al que se masturba y hacerle saber que deseamos comprenderlo son avances en la pastoral cristiana evangélica. Condenar no soluciona nada, pero el minimizar nos impide enfrentar el problema desde la raíz. Tal vez debamos hablar con más frecuencia acerca del tema, sin esperar a que nos lo pidan; su vergüenza se los impedirá siempre. Pero la masturbación es una práctica generalizada entre mucha gente, y el ayudarlos a librarse de ella será un gran aporte hacia la madurez espiritual de nuestras congregaciones.
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