¡Cuan dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. Lámpara es a mis pies Tú palabra, y lumbrera a mi camino. (Sal. 119: 103, 105)
La Palabra de Dios es indispensable para el creyente, quien no puede vivir sin ella, al igual que un ser viviente sin alimento. La vida espiritual es mantenida por la Palabra de Dios. Alimentarse así no es recurrir a la Biblia para amoldar la inteligencia y la memoria con doctrinas o conocimientos, sino buscar en ella luz, directiva y fuerza, en una palabra, para hallar en ella todo lo que el alma necesita: la persona misma del Señor Jesucristo.
La Biblia, ¿es para nosotros como el pan de alguien que tiene hambre o como la brújula del navegante? Cuanto más sea así, más la apreciaremos. ¿Quién conoce mejor el valor de un pan: un químico o un hombre hambriento? El químico podría indicar la composición del pan, mientras que el hombre que tenga hambre valorará todo su sabor. ¿Quién más que un marino que navega a lo largo de una costa desconocida y peligrosa apreciará la brújula? Guardemos ese sentimiento acerca del valor y la autoridad de la Palabra de Dios.
No nos contentemos con una lectura superficial; allí se trata de Dios, quien nos habla, y de un privilegiado momento que pasamos con El, como de una clase de audiencia que tiene a bien otorgarnos. Tengamos presente que la Biblia basta para satisfacer todas nuestras necesidades espirituales y corresponder a todas nuestras circunstancias. Considerémosla como lo que es: un alimento espiritual valedero para todos, en todas las épocas y en todas las situaciones.
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